Soy un sacerdote que nunca sintió devoción por el rosario… y decidí indagar en su significado

rosario joven

Uno de los aspectos más insólitos de ser sacerdote es que la gente se te acerca esperando respuestas a todas las cosas. “¿Eso es pecado venial o mortal?” (¡Rayos!) “¿Quién fue Gregorio el Grande?” (Pues, ¿el hermano mayor de alguien?) Como sacerdote debes recordar que “no lo sé” es todavía una respuesta correcta, tanto como “¿puedo presentarte a mi amigo el internet?”. Pero acabas dándote cuenta que algunas cosas sí las deberías conocer mejor.

Por ejemplo, el rosario. ¿Qué pasa con él? Pregunto de verdad. Nunca fue una práctica común en mi familia mientras crecí. Nunca me interesé por él hasta hacerme sacerdote, cuando, justo antes o después de la misa diaria, encontraba a ese pequeño grupo de personas sentadas en la iglesia rezando en silencio o en voz baja, mientras el sonido de las cuentas se hacía sentir en todo el recinto.

Podía entender el potencial atractivo de las cuentas en sí mismas, como un pedacito tangible de lo sagrado que llevar con nosotros y al que aferrarnos cuando las cosas se ponían difíciles. Pero, ¿y esas oraciones repetidas de memoria, a menudo a gran velocidad? No me causaba interés. (Me doy cuenta de que esto es probablemente lo más cliché que puedo escribir como jesuita norteamericano que soy).

Pero realmente he sentido curiosidad: ¿de dónde viene esta devoción y por qué es una parte tan importante de la vida espiritual de tantos católicos?

Así que decidí investigar un poco.

¿Qué es el Rosario?

El rosario es un conjunto de cuentas; normalmente (pero no siempre) suman 59, enhebradas en una cuerda circular con un crucifijo en el extremo. Cada cuenta, junto a la cruz misma, representa una oración que hay que rezar. El término proviene de la palabra latina rosarius, que significa “guirnalda”. Como dice el escritor Regis J. Flaherty, un rosario es básicamente “un ramillete de oraciones ofrecidas a Dios”, lo cual es bastante bonito.

Al rezar el rosario, solemos recordar momentos de la vida de Jesús, llamados misterios. Hay cuatro grupos diferentes de misterios que podemos elegir: los Gozosos (que son momentos de la infancia de Jesús), los Luminosos (que son momentos del ministerio de Jesús), los Dolorosos (que son momentos de su Pasión) y los Gloriosos (momentos relacionados con la Resurrección o el cielo).

El Rosario es…

“…un ramillete de oraciones ofrecidas a Dios.”
Regis J. Flaherty, escritor

¿Todos los rosarios son iguales?

Hay muchas variaciones en el rosario, por ejemplo oraciones diversas que la gente añade para hacer las cosas un poco más interesantes, e incluso diferentes tipos de rosarios. Hay anillos con diez pequeñas cuentas que sobresalen y que se pueden llevar en el dedo, los llamados denarios. Hay rosarios franciscanos que tienen siete decenas y que implican rezar no sobre la vida de Jesús, sino sobre las siete alegrías de María. También hay muchos diseños diferentes, desde un precioso Rosario de los Dolores Modernos de piedras de colores, creado por refugiados del Congo, hasta el rosario de los Green Bay Packers que recibí como regalo de parte de la primera parroquia en que serví (cada cuenta era un balón de fútbol americano, lo que para un niño de Chicago es como echar agua bendita a un vampiro…).

¿De dónde viene el Rosario?

Hay al menos dos respuestas a esta pregunta. Empecemos por la antropológica.

Ya en el siglo III o IV había ermitaños cristianos que vivían en el desierto de Medio Oriente y usaban cuerdas con nudos para rezar. Según las Enseñanzas de los Padres del Desierto, un ángel instruyó a San Antonio a rezar de este modo cuando se sentía afligido por los malos espíritus. Al principio, se cree que la oración estándar que utilizaban era la Oración de Jesús (“Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”); pero también hay pruebas de que algunos utilizaban esas mismas cuerdas como ayuda para rezar los 150 salmos cada día. (Sí, leíste bien, y además lo hacían de memoria).

En algún momento los laicos empezaron a imitar esta práctica, como sucede cuando se admira a alguien santo. El problema: la mayoría no sabía leer, por ende la lectura de los salmos no era posible. En su lugar, rezaban 150 padrenuestros, que son muchos. De ahí la necesidad continua de una cuerda con nudos para llevar la cuenta.

A lo largo de los siglos, ofrecer oraciones invocando a María se convirtió en una forma de expresión espiritual cada vez más popular. Se dice que en el siglo XII San Alberto rezaba 150 avemarías diarias. Además, se dedicaba a rezar con su cuerpo 100 avemarías en genuflexión y 50 en el suelo.

En el siglo XIII, tres anacoretas inglesas se recluyeron en una celda para llevar una vida de completa soledad y oración. Su regla, o guía de vida, simplificó las 150 avemarías hasta nuestra práctica actual de 50 avemarías divididas en grupos de 10. Doscientos años más tarde, el monje cartujo Domingo de Prusia añadiría la idea de meditar en la vida de Jesús durante estas oraciones, con una cita de las Escrituras al comienzo de cada decena.

La segunda respuesta sobre el origen del rosario no es nada menos que la madre de Jesús, la Virgen María. La tradición dice que se lo dio a Santo Domingo en una visión en 1208. Según describen las Hermanas Dominicas de Springfield (Illinois, EE.UU.), Domingo se encontraba vagando por un bosque de Toulouse (Francia), rezando por los problemas a los que se enfrentaba al tratar con las “sectas heréticas” (noción a la que volveremos). Y después de tres días de oración y ayuno, tuvo una visión de ángeles junto a una bola de fuego, tras la cual oyó que María le decía que rezara “su salterio”. Y así comenzó a rezarlo y también a predicarlo en Francia. (Aquí está el lugar donde se dice que Santo Domingo tuvo su visión. Es realmente bonito).

Sin embargo, esta historia no fue muy conocida en aquel entonces. De hecho, no fue hasta 1475 cuando se la registró en los documentos de la Orden de Predicadores, cuando otro dominico, el beato Alanus de Rupe (también conocido como Alain de la Roche o Alano de Roca) empezó a contarlo a todo el mundo, incluyendo cómo María había hecho 15 promesas a los que rezaban el rosario, todas las cuales se pueden resumir como “lo bueno católico”, es decir, gracia, protección contra el pecado y vida eterna. Esto motivó a la gente de muchos países a iniciar la práctica del rezo del rosario.

¿Por qué se lo reza en comunidad?

Muchas personas rezan el rosario en privado, solas; pero, desde los primeros tiempos de los dominicos también se ha rezado en grupo. Lo habitual es que una persona dirige la oración, es decir, anuncia los misterios y reza la primera línea de cada oración en solitario, tras lo cual el resto responde. San Alano organizó las “cofradías del rosario”, grupos de laicos que se ponían de acuerdo para rezar el rosario como parte regular de su práctica espiritual.

En parte, el rezo del rosario en público fue también una manera de promoverlo. Ver a otros católicos rezando el rosario animaba a más personas a hacerlo. Esto se entendía como un beneficio, un medio para mejorar sus vidas y su fidelidad como cristianos. Un comentario moderno sobre esta devoción habla de que el rosario enseña a la gente la virtud, a través de las vidas de Jesús y María, y “nos inflama con el santo amor de Dios, colocando ante nuestros ojos los muchos pasos que nuestro querido Señor ha dado para ganar nuestros corazones”.

Pero parece que la práctica de la oración en común se consideraba también una forma específica de bendición. El Papa León XIII describió esta práctica como la reunión de “un gran número de hombres” –palabras del siglo XIX, con las formas y usos de entonces– “unidos por la caridad fraterna, para alabar y rezar a la Santísima Virgen María, y para obtener su protección rezando de común acuerdo”. Al rezar juntos en voz alta experimentamos esa comunión que, como creemos, la Iglesia nos ofrece entre nosotros y Dios. Y puede que nos fortalezca también en nuestras vocaciones individuales y en nuestro deseo de hacer el bien a los demás.

Hay otro elemento más inusual en la experiencia de grupo. Lo creas o no, en varios momentos de su historia, el rosario ha sido utilizado por grupos como estrategia militar. En cierto modo, se pueden ver las semillas de esto en el origen de la propia práctica. Santo Domingo buscaba una herramienta para vencer la herejía albigense (básicamente, la idea de que el mundo es malvado y está dirigido por un segundo dios conocido por el apelativo de Demiurgo), y fue entonces cuando María le dio el rosario.

Pero 100 años más tarde, cuando la armada del Imperio Otomano estaba a punto de hacerse con el control de todo el Mediterráneo, el Papa san Pío V –él mismo un fraile dominico que rezaba a diario el rosario– pidió a los creyentes unirse en la oración del rosario para que los estados católicos del sur de Europa pudieran doblegar las adversidades y rechazar la invasión. La fiesta de Nuestra Señora del Rosario, el 7 de octubre, conmemora la victoria de los católicos en esa batalla de 1571. Se supone que el sonido de los soldados rezando esta extraña oración rítmica durante la noche también asustó a los turcos.

A lo largo de los siglos ha habido otras ocasiones en las que los católicos enfrentados al peligro o a la amenaza han recurrido al rosario: antes de las batallas militares, ante la perspectiva del dominio comunista. Los jesuitas que trabajaban en Hiroshima lo rezaron tras el lanzamiento de la bomba atómica y, según uno de ellos, ninguno experimentó envenenamiento por radiación.

Hoy en día oigo a menudo que las familias rezan juntas el rosario. Es una forma de enseñar a sus hijos la fe y también de experimentar una relación con Dios juntos, en familia. Para algunos, el rosario puede ofrecer a veces un sentido de comunión más tangible que la liturgia estándar, en la medida en que es más participativo.

A algunos les puede parecer extraño rezar las mismas oraciones en voz alta una y otra vez, pero también puede ser como cantar las canciones popularizadas por la Comunidad de Taizé. De alguna manera, la repetición permite a tu espíritu dejarse llevar y vagar por un espacio de paz y contemplación. La forma prescrita puede aliviar la presión que a veces sentimos por decir lo supuestamente correcto en la oración y ayudarnos a centrarnos en sentirnos cerca de Dios, y quizá encontrar un poco de consuelo en el sonido de las pequeñas cuentas que tintinean a nuestro alrededor.

Jim McDermott, S.J.


Fuente: America: the Jesuit Review