Por qué decimos que María es Reina

La realeza de María ha sido motivo de amplios vuelos para el corazón cristiano. Por ejemplo, los católicos chilenos veneramos con especial cariño a la Virgen del Carmen como Reina y Patrona de nuestro país. Además de la fe robusta que late en el pueblo de Dios, hay una larga tradición que sostiene este título de la Madre de Cristo:
La enseñanza de la Iglesia es sencilla: María es Reina por ser la Madre del Rey del universo, Jesucristo. La doctrina católica sobre la Virgen está referenciada a Cristo, en este caso a su Señorío y Reinado; por ello, podemos decir que toda doctrina mariana es cristológica pues adquiere su sentido último en Cristo. El Magisterio afirma lo siguiente:
“La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte”.
(Lumen Gentium, n.59)
Es decir, la Virgen es Reina porque el Señor así la proclamó; podemos observar claramente una doctrina mariana que depende del Salvador, pues todo en María viene de Cristo y hacia Él nos dirige.
¿Qué dicen las Escrituras?
Los textos sagrados aportan una base segura a la realeza de María, madre del Rey:
”Betsabé fue a presentarse al rey Salomón para hablarle de Adonías. El rey se levantó, fue a su encuentro y le hizo una inclinación. Luego se sentó en su trono, mandó poner un trono para la madre del rey, y ella se sentó a su derecha. Entonces ella dijo: ‘Tengo que hacerte un pequeño pedido; no me lo niegues’. El rey respondió: ‘Pide, madre mía, porque no te lo voy a negar’” (1 Reyes 2,19-20).
El rey Salomón, el hombre más sabio según las Escrituras, honra a su madre la reina y la hace sentar a su derecha, el sitio de mayor importancia. Por tanto, la madre de los reyes tiene en las Escrituras un papel relevante.
“Jehú se encontró con los hermanos de Ocozías, rey de Judá, y dijo: ‘¿Quiénes son ustedes?’. ‘Somos los hermanos de Ocozías, le respondieron, y bajamos a saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina madre'” (2 Reyes 10, 13).
Aquí se usa la palabra גְּבִירָה (gebirah) que se traduce como Reina Madre. Dicho título se utiliza en el libro de Jeremías para referirse a la madre de Jeconías como reina, y en el Segundo Libro de los Reyes para designar a la reina madre de Ocozías.
Por lo tanto, la Reina Madre posee un título distintivo (gebirah: Señora Reina Madre) y un puesto específico: un trono a la diestra del Rey. De la misma manera, la Santísima Virgen María ha de tener un puesto especial en el reino de su Hijo.
¿Qué enseñaron los padres de la Iglesia sobre la realeza de María?

Algunas referencias de los Padres de la Iglesia (los santos de los primeros siglos) sobre la realeza de la Virgen María, muestran que esta doctrina forma parte de la Sagrada Tradición recibida de los apóstoles.
San Efrén: “Madre de Dios, intacta, Reina de todas las cosas, más honorable que los querubines”.
(De Laud. Deiparae)
Juan de Tesalónica: “la admirable gloriosísima Soberana del universo entero”.
(PG 19,375)
San Isidoro de Sevilla: “María en lengua semítica siríaca significa Señora, hermoso significado puesto que Ella dio a luz al Señor”.
(Etimologías I. VIII c 10, PL 82,289)
San Andrés de Creta: “A su Madre, siempre virgen, en cuyo seno el mismo Dios tomó naturaleza humana, la traslada hoy de la tierra, como Reina de todo género humano”.
(Hom 2 in Dormit Deiparae)
“La Iglesia, reina de la multitud de los creyentes, acompaña hoy en triunfo y ofrece con regocijo sus mejores obsequios a la Reina de todo el género humano, a la que Dios, Rey y Señor del Universo, con triunfal magnificencia constituye Reina de los cielos“.
(Sermón II sobre la Dormición PG 97,1079)
San Juan Damasceno: “Ni tu alma descendió al infierno ni tu carne sufrió corrupción. No fue dejado en la tierra tu cuerpo inmaculado, y libre de toda mancha, sino que como Reina, Soberana, Señora y Madre verdadera de Dios, fuiste trasladada a las regias mansiones de los cielos”.
(Homilía I in Dormitionis BM Virginis)
Reina y Madre de Chile

Por su parte, el pueblo fiel de Dios ha vitoreado a María como Reina impulsado por su fe rotunda, rasgo inconfundible de los predilectos del Señor.
En los heroicos días del nacimiento de Chile como nación, esa misma fe movió a las tropas para convencer a O’Higgins de formular un voto a la Virgen del Carmen. Ella sería, estaban seguros, la mediadora eficaz que les obtendría la ansiada independencia en el campo de batalla, hasta ese momento esquiva. Atento a la voz de sus soldados, O’Higgins hizo el solemne y conocido juramento:
“En el mismo sitio donde se dé la batalla y se obtenga la victoria, se levantará un Santuario a la Virgen del Carmen, Patrona y Generala de los Ejércitos de Chile, y los cimientos serán colocados por los mismos magistrados que formulan este voto y en el mismo lugar de su misericordia, que será el de su gloria”.
Y la Virgen fue generosa: no solo concedió la victoria, con lo cual abrió las puertas a la historia nacional, sino que esa victoria provocó desconcierto al cruzar el Atlántico. Las tropas patriotas –en rigor, un ejército desconocido en el confín del mundo– vencieron la bravura de un adversario que, hasta ese momento, parecía invencible, heredero de un alto prestigio bélico. Tan inesperada derrota deshizo los planes de la corona española y así, Chile y los demás países hispanoamericanos, dueños de sus destinos, hicieron ingreso al escenario internacional.
Fuente consultada: ReL