La Medalla diseñada por la propia Virgen María

Medalla Milagrosa

Entre los muchos objetos devocionales relacionados con la Santísima Virgen María, existe una medalla que por consenso espontáneo del pueblo de Dios, fue bautizada como “la Medalla Milagrosa”. Su creación y diseño fueron guiados por la propia Madre de Cristo…

No es un amuleto, ni un objeto religioso al uso. La medalla de la Virgen Milagrosa es una de las devociones más extendidas en el mundo por algo que la hace única: su modelo y difusión fueron iniciativa de la Virgen, según lo reveló a santa Catalina Labouré.

La silenciosa humildad en donde se abrió la puerta del Cielo

Catalina era campesina. Acababa de entrar en el noviciado, con 24 años, para ser Hija de la Caridad, y se ocupaba de barrer, limpiar… Con sigilo guardaba para su confesor una serie de visiones místicas que había tenido, de san Vicente de Paúl y de Jesús crucificado, en varias misas. En 1830, la Virgen se le apareció tres veces. La primera, cuando una noche se despertó y vio a un niño de blanco, que la guió a la capilla del convento ubicado en Rue du Bac, París. Ella se arrodilló y el niño le dijo: “Aquí viene la  Virgen”.

La Señora se sentó en un sillón y habló con Catalina durante dos horas. Le advirtió de que el mundo atravesaría grandes penalidades, pero Ella invitaba a todos a acercarse al altar. Catalina no imaginaba que esos males estaban por llegar: las belicosas revoluciones liberales que vivió Europa desde aquel mismo 1830 hasta 1848; una terrible epidemia de cólera en Europa y Asia en 1832; los sangrientos modos del colonialismo británico y francés; el esclavismo norteamericano que acabaría en la guerra civil de Estados Unidos en 1860; las injusticias del proceso de industrialización y el movimiento obrero…

En la segunda aparición, en torno a la Virgen se formó un óvalo. En el interior, se leía:  María, sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti. Catalina oyó la petición de hacer acuñar una medalla según ese modelo: “Los que la lleven recibirán grandes gracias, que serán más abundantes para los que la lleven con confianza”. 

Tras las apariciones, llevó una vida discreta, padeciendo no pocos desplantes de sus hermanas de comunidad. Cuando se conocieron las visiones, la capilla se volvió centro de peregrinación y la medalla y su mensaje se difundieron por el mundo. Sin embargo, nadie supo, ni siquiera las religiosas de su orden, que ella era quien había recibido el mensaje. Destacaba, eso sí, por su ternura con los pobres. Puso por escrito las palabras de la  Virgen antes de morir a los 70 años, en 1876, y fue canonizada por Pío XII en 1947. 

La Medalla
medalla milagrosa ambas caras

El anverso: La Inmaculada (¡20 años antes de la proclamación del dogma!) pisa la serpiente pues ella vence a Satanás. Los rayos son la gracia de Dios que llega por la Virgen. Santa Catalina contó:

“De pronto noté, en sus dedos, anillos adornados con piedras preciosas, unas más hermosas que otras, unas más grandes y otras más pequeñas, que emitían rayos unos más hermosos que otros. De las piedras más grandes salían los más magníficos resplandores, que se ensanchaban continuamente hacia abajo, y los más pequeños que también se ensanchaban hacia abajo, lo cual llenaba toda la parte inferior. No podía ver ya sus pies”.

Y la Señora lo explicó así:

“Los rayos son símbolo de las gracias abundantes que derramo a quienes me las piden. Las piedras que no emiten rayos simbolizan las gracias que algunos olvidan pedirme”.

El reverso: El Corazón de Jesús, encendido en el fuego de su amor y coronado de espinas, recuerda su Pasión y Muerte por nosotros. El corazón traspasado con una espada es el de María, según la profecía de Simeón. Ambos sufren por quienes no reciben su amor. Las doce estrellas, como las de la Mujer del Apocalipsis, representan a las 12 tribus de Israel y a los 12 apóstoles: Antiguo y Nuevo Testamento. La M de María y la Cruz quedan enlazados por un altar: la Eucaristía, en la que Jesús se hace presente, actualiza el sacrificio de Cristo en la cruz, a cuyos pies estuvo, y está siempre, su Madre.

¿De dónde viene el nombre? 

Ni la Virgen ni santa Catalina la llamaron así. Las primeras medallas se distribuyeron en mayo de 1832. Los parisinos, que sufrían epidemias y penurias, empezaron a encomendarse a la Virgen llevando la medalla. Hubo tantas conversiones y curaciones que se empezó a correr la voz: “¡Esa medalla es milagrosa!”. Pero, lógicamente, los milagros no procedían de la medalla, sino de Dios a través de María. Hoy, al conocer sus símbolos, podemos vivir lo que María transmitió a Catalina. Al distribuirla, transmitimos el mensaje de fidelidad y amor de Dios.