El Rosario, Medjugorje y una visión renuevan el matrimonio de Ernesto y Beatriz
Cuando la rutina con su sensación de vacío conspiraba para alejarlos de Dios y amenazaban la estabilidad del matrimonio, María les tendió la mano desbordando sus expectativas.
Beatriz y Ernesto habían sido amigos durante años, hasta que el vínculo se convirtió en noviazgo; en breve se casaron y “luego llegaron los hijos, Sancho y Manuela, y, como les pasa a muchos matrimonios, al final los hijos te sobrepasan”, comenta Beatriz en su testimonio para Asociación Lanza. Con la maternidad, agrega, dejó de ir a misa y eso la sumió “en una profunda tristeza. Sentía un vacío enorme en el corazón, tenía todo y no era feliz… y, claro, al final teníamos muchas discusiones” confidencia.
En cuestiones de fe Ernesto mantenía cierta distancia de Dios. “Yo, la verdad es que nunca, prácticamente, he ido a misa. El recuerdo más bonito que tengo de mi infancia es ir con mi abuela a misa cuando tenía 10 o 12 años, pero la última vez que comulgué fue en la confirmación. Nos casamos por la Iglesia porque ella me lo pidió, a mí me daba igual, sinceramente”, relata este padre de familia.
La felicidad “envidiada”
Pero Beatriz vivía un inicio de conversión “sentía”, dice “esa falta de Dios” y regresó a la Iglesia, algo que no pasó desapercibido para Ernesto… “Vi un cambio de actitud en ella, en el sentido de que seguíamos teniendo discusiones, pero ella ya no quería ganar siempre. La veía feliz y yo esa felicidad no la tenía. Yo decía: quiero esa felicidad que tiene Bea, quiero ese cambio”, admite.
En este proceso de regreso a Dios Beatriz se apoyó en los sacramentos, la dirección espiritual y el rezo del Rosario, según testimonia. “Me di cuenta de que llevaba arrastrando cosas de muchos años sin confesar. Cuando por fin hago esa confesión, donde me quito todo ese lastre, es donde realmente se produce mi conversión”, confidencia Beatriz.
El regalo de Dios en Medjugorje
Tras esa experiencia una vecina le invita a un grupo de oración y ella se anima a ir. “Cada jueves me reunía en esa casa a rezar, y, muy poquito tiempo después, llega Ernesto y me dice que unos amigos en común se van a Medjugorje, que si quiero ir”, recuerda Beatriz… quien aceptó la propuesta sin pensarlo dos veces; Ernesto en cambio, aunque había propiciado el viaje, no se embarcó con su mujer pues el fenómeno de las apariciones “no me lo creía”, reconoce.
La renovación espiritual que dejó aquella peregrinación en Beatriz fue evidente a su regreso… “Vuelvo con el corazón totalmente lleno del amor de Dios, con un amor a la Eucaristía que antes no tenía. Vengo con una cosa que tampoco conocía: el poder de la oración. Tenía el propósito de ayunar y rezar por Ernesto”, explica.
Mientras, su esposo, aunque todavía escéptico, observaba lo que vivía Beatriz y empezaba a anhelarlo para sí. “Yo quería esa paz. No sabía a quién pedírsela, a mí eso sí que me daba ‘envidia’, porque ella tenía una paz que yo no tenía”, reconoce. Hasta que un día, viendo en la televisión un documental sobre Medjugorje, siente que es el momento de viajar por fin al santuario mariano; le encarga a Beatriz reservar un viaje “antes de que me eche para atrás” y parten juntos a la aldea de Bosnia-Herzegovina.
El poder de la oración
Aquel impulso no estaba libre de contradicciones en Ernesto, quien reconoce haberse sentido “enfadado, que estaba malgastando las vacaciones… Llegamos y al día siguiente fuimos a casa de una vidente. Yo no había rezado un Rosario en mi vida, ¡pues rezamos tres rosarios seguidos! En ese momento, de rodillas, no sé explicar cómo pasó… perdí la noción de dónde estaba, y vi dos corazones, uno rosa, precioso, y otro gris, muy sucio”, confiesa Ernesto.
“Oí unas palabras –prosigue–, las escuché perfectamente, pero no era capaz de reproducirlas. Iba a empezar la misa y sentí muchas ganas de ir, aunque no había participado en una desde los 18 años. Me puse en las bancas de atrás y me empecé a emocionar, a sentir algo en el corazón. En la comunión, el sacerdote invitó a quienes no pudieran comulgar a acercarse de todas formas, con los brazos cruzados al pecho, para recibir una bendición. Yo fui con los brazos de esa forma, recibo la bendición y fue entonces cuando entendí aquellas palabras. La Virgen me decía: «Este es tu corazón», señalando el corazón gris, un corazón muy feo, muy sucio, «¿quieres tener este otro corazón?», y yo le dije que sí; «pues ven conmigo», contestó Ella”, recuerda Ernesto emocionado.
Esa noche, ya en el hotel, sintió la necesidad de confesarse y lo habló con el cura de la peregrinación. “Fue una confesión que duró media hora. Cuando termino y me va a dar el perdón de Dios, me puse a llorar, realmente sentí que Dios me estaba perdonando a pesar de todas las cosas, a pesar de que había estado rechazándolo toda mi vida, que había estado evitándole toda mi vida, que no había rezado, que no había ido nunca a misa…”, dice Ernesto.
“El poder de la oración es brutal, en la oración le estás pidiendo a Dios por alguien y Dios lo puede hacer todo. Tú solamente tienes que pedirlo con el corazón, y es lo que estuvo haciendo Bea durante años, y toda la gente del grupo oración, sin conocerme”, señala Ernesto.
Fuentes: Asociación Lanza / CariFilii