Desde su conversión hasta hoy que es viudo, Jesús y María lo han colmado de regalos. Él agradece rezando el Rosario
Esta cita diaria para rezar el rosario, tal como lo hacían con Gail, su fallecida esposa, tiene un estímulo extra para Richard Turi: “Le pido a Gail que me acompañe”.
Richard Turi y su esposa Gail eran feligreses de la Parroquia St. Thomas Aquinas en Indianapolis (EE.UU.), que él sigue frecuentando. Pero su encuentro con Dios partió años antes, con un suave golpe en el hombro recibido en 1985, cuenta Richard al The Criterion, portal de su Arquidiócesis. Luego sería significativa en su conversión una invitación inesperada recibida el año 1987. “Cuando miro hacia atrás, creo que María jugó un papel importante” en el golpe en el hombro y en la invitación, comenta Richard.
Esa mirada hacia atrás incluye por cierto el vínculo con la Virgen en su juventud, varias peregrinaciones, la creación de un grupo para rezar el rosario, el matrimonio, la crianza de tres hijos con su esposa Gail y la cercanía de la pareja a “los sacramentos, la oración y la propia Virgen María”, puntualiza este hombre de 78 años, cuya esposa falleció en diciembre de 2020.
“Nuestra vida en común fue maravillosa”, a pesar de los años en los que Gail —señala— sufrió dolores y complicaciones por la escoliosis. También Richard tenía su cuota de cruz durante ese 1985 cuando recibió un golpe en el hombro que cambiaría su vida.
“Dios, ¡no te oigo!” y el golpe en el hombro
Richard Turi se encontraba en una gran crisis espiritual ese año 1985 cuando, un sábado por la noche, se dirigió a Dios en una oración desesperada. “Le dije a Dios: «Sé que estás hablando, pero no te oigo. Así que necesito que lo hagas a mi manera»”, recuerda Turi y añade: “Le pedí a Dios que me enviara a alguien que pudiera ayudarme, y que esa persona me tocara el hombro derecho”.
A la mañana siguiente, Turi fue a la misa de las 10:30 en St. Thomas Aquinas. Sentado en un banco, sintió un golpecito en su hombro derecho. Era Gail Rowe, miembro de un grupo de estudio de Cuaresma de la parroquia al que él se había unido recientemente. Simplemente quería saludarle. “Empecé a sollozar”, dice Richard. “Ella no sabía que yo estaba sufriendo, y no tenía ni idea de lo mucho que significaba para mí su toque en mi hombro derecho”.
Después de la Cuaresma, los 12 miembros del grupo de estudio cuaresmal decidieron seguir reuniéndose como una pequeña comunidad de fe compartida. Así, durante los cinco años siguientes, Turi y Gail se fueron acercando, “pero no se lo dijimos a nadie”, dice.
Invitación a Medjugorje
Todavía no eran oficialmente novios en 1987, cuando un compañero de parroquia invitó a Richard Turi para ir en peregrinación a una aldea donde seis videntes afirmaban ver a la Virgen: Medjugorje. Al escuchar hablar de la Virgen, Richard se entusiasmó. “Mi devoción a María me vino por tener una buena madre pero que no sabía mostrar su cariño. Los abrazos no formaban parte de su vida. Esto me atrajo a María como madre porque necesitaba más afecto”.
Al llegar a la aldea de Medjugorje Richard “pensaba que tenía una devoción, porque rezaba el rosario de vez en cuando”. Pero algunas íntimas experiencias que vivió en Medjugorje le abrieron los ojos y vio que su devoción “no era tan seria ni tan profunda como creía. A través de la confesión, encontré una paz en el corazón y en el alma como en ningún otro momento de mi vida. Luego, me tomé más en serio mi conversión practicando una oración más profunda, asistiendo a misa con una devoción que nunca antes había tenido y dándome cuenta de que Cristo está totalmente presente con nosotros en la Tierra en cada momento de nuestras vidas”.
En 1988, Richard regresó a Medjugorje con miembros de su grupo para compartir la fe, entre ellos Gail, con quien para entonces ya habían formalizado su pololeo. “Ella fue a rezar para pedir alivio de su escoliosis y yo fui en apoyo de sus oraciones”, confidencia.
El grupo volvió a Medjugorje en 1989, y la pareja repitió su petición de curación para Gail. “Un año más tarde, la Virgen María se encargó de que se liberara del dolor”, afirma Turi. “Fue un gran regalo”.
“Un voto de tres”
Ese regalo llegó a tiempo para la boda de la pareja el 24 de junio de 1990. Siguiendo una antigua tradición de los habitantes de la región de Medjugorje, pidieron casarse durante una misa dominical programada regularmente, “donde pudiera ser presenciada por toda nuestra comunidad”, explica Richard. Así, durante sus votos, la pareja sostuvo un crucifijo hecho por ellos mismos, otra tradición de Medjugorje. “Es una forma de mostrar que el voto es de tres, la pareja y Cristo”, señala Turi y agrega: “Jesús, Dios Padre y María han estado aquí para nosotros durante el camino de nuestra vida, sin descanso”.
Tras regresar de la peregrinación de 1989, el matrimonio formó un grupo para rezar el rosario los días 5, 15 y 25 de cada mes. El matrimonio también rezaría el rosario a diario, hasta la muerte de Gail y Richard ha continuado firme en la devoción. “Teníamos un rincón de oración donde rezábamos el rosario. Tiene el crucifijo que confeccionamos para nuestra boda”, comenta.
“Los tres salieron perfectos”
El rosario diario de la pareja se convirtió en un rosario diario familiar con el nacimiento de los tres hijos de la pareja, Zachary John, Zoe Marie y Zane Joseph. “Fueron Jesús, la Virgen María, Dios Padre y Dios Hijo quienes nos dieron nuestros tres maravillosos hijos”, dice Richard.
Y es que cuando se casó con Gail, él tenía 48 años y ella 40, así que “sus embarazos ya eran de riesgo por su edad”, explica. “Los médicos también le aconsejaron que no tuviera hijos debido a su escoliosis. Dijeron que no sabían si su columna vertebral sería capaz de soportar el embarazo. Pero los tres salieron perfectos”.
Aun así, hubo que lidiar con las enfermedades. Cuando era un bebé, Zoe sufría ataques recurrentes de conjuntivitis, una infección ocular. La pareja utilizó agua bendita de dos apariciones marianas, Lourdes y Fátima, para ungir los ojos de su hija. “Al día siguiente, no estaba mejor”, recuerda Richard. “Entonces Gail dijo: «¡Nos olvidamos de rezar!» Así que esa noche volvimos a ungir sus ojos, y esta vez nos acordamos de pedirle a María su curación. Al día siguiente los ojos de Zoe estaban limpios, y nunca más tuvo conjuntivitis”.
Por aquel entonces, Richard sufría fuertes dolores de artritis en el hombro. Como peluquero a tiempo completo, afectaba su capacidad de trabajo, y ningún médico parecía poder ayudarle. “Finalmente, Gail dijo: «Quizá lo que funcionó con Zoe te sirva a ti». Así que ungimos mi hombro (con el agua de Lourdes y Fátima) y rezamos a Dios por intercesión de María para que me curara y pudiera ser el padre que mis hijos necesitaban. Cuatro días después, mi dolor de artritis había desaparecido. Nunca más volví a tener tanto dolor”.
“María es parte de todo”
Para Gail no hubo mejoría para su escoliosis y el dolor que soportaba. En 2014, se sometió a dos extensas cirugías de espalda para corregir la curvatura de su columna vertebral. “Acabó siendo cinco centímetros más alta. Pero su dolor era aún más severo. Vimos a un médico de control del dolor, pero ella vivió con dolor crónico el resto de su vida”, lamenta este esposo.
La pareja siguió rezando el rosario juntos mientras Richard ayudaba a cuidar a su mujer. Cuando la debilidad de los pulmones de Gail le impedía rezar el rosario en voz alta, él activaba en YouTube recitaciones del rosario que podían orar estando ellos en silencio. Al final, dice, “el dolor la agotó. Nada la ayudaba más que el consuelo de María, y sabíamos que iba a estar bien”.
El 13 de diciembre de 2020, una caída accidental le provocó a Gail una lesión cerebral que le quitó la vida ese mismo día. Richard sigue rezando el rosario a diario en el rincón de oración de la pareja; y allí, confidencia, “le pido a Gail que me acompañe. No hay una sola cosa que haya pasado en la vida que no agradezcamos a Dios. Y a María, porque ella forma parte de todo ello”.
Fuente: Portaluz.org