Conmovedor testimonio del Rosario en premios CariFilii
La Fundación española Cari Filii desarrolla un amplio y aplaudido apostolado católico en la web, difundiendo de manera particular la devoción a la Madre de Dios. Uno de los varios medios empleados con este fin son los Premios CariFilii, que premian los testimonios que detallen el auxilio lleno de amor que siempre nos prodiga Nuestra Señora. De la edición 2018 elegimos el siguiente testimonio sobre el Rosario, que mereció el primer galardón:
“NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO, MADRE Y CAMINO SEGURO A JESÚS”
Nací en Ceuta en 1962, segundo de tres hermanos, fui bautizado y pasado bajo el manto de la Virgen de África. Me educaron en el seno de una familia católica de buenos principios, pero mi juventud fue poco religiosa. Al haber vivido en una ciudad muy castrense y siendo mi padre militar de profesión, me gustaba la milicia e ingresé en la Academia Militar de Zaragoza (1981).
Hasta entonces, no era sino un cristiano muy mediocre, con una fe intermitente. En las salidas por Zaragoza (de uniforme entonces) era costumbre de los cadetes pasar a saludar y ponerle velas a la Virgen del Pilar, lo cual sí que me gustaba, pero más por seguir la costumbre que por una auténtica espiritualidad (1981-1986). No andaba por caminos de santidad, el impulso de la juventud se desmanda fácilmente.
Entonces, ¿cómo es que la Virgen María reina en mi vida? Hay una bonita canción a Nuestra Señora que dice: “Una madre nunca se cansa de esperar”. Además, las madres, cuando ven a sus hijos camino de cualquier peligro, corren detrás de su pequeño antes de que les ocurra algo malo, pero a veces el Señor permite caídas y golpes…
Algo iba a cambiar de forma radical y traumática mi situación vital.
Pasó que, en el último curso de la Academia Militar de Zaragoza, me surgió un problema en la espalda que hizo que me trasladasen de Zaragoza al Hospital Militar Gómez Ulla, en Madrid, ya que mi caso se presentaba complicado.
Durante unos tres años largos caí en manos de la ciencia médica, con infinidad de pruebas, intervenciones, tratamientos y diversas fases de rehabilitación, dada la singularidad de mi atípico caso, a lo largo de los cuales, viéndome postrado en la cama, impotente ante las circunstancias, con largas etapas de hospitalización, me preguntaba una y otra vez el sentido de semejante situación (¿por qué a mí y para qué?, se repetía en mi mente).
Me llegó un día una visita, de las frecuentes que recibía, con unos libros y mensajes de la Virgen (de unas posibles apariciones), y ya que no tenía mucho que hacer, obligado a cama, me interesé por el tema y, sin saber muy bien por qué, comencé a rezar el Rosario a Nuestra Señora. Lógicamente, lo que pedía –junto a mis padres y familiares, que también empezaron a orar conmigo– era por mi salud y poder hacer vida normal. Recurrí especialmente a la Virgen, y peregriné a diversos santuarios: Lourdes, Fátima, el Pilar, Garabandal, Umbe, Henar, Guadalupe, Cubillo (Ávila), Olvido (Guadalajara), etc.
En el total de cinco intervenciones en mi espalda tuvieron que hacerme una auténtica arquitectura de columna, para reemplazar una vértebra lumbar que fue desapareciendo –“comida” por un tumor muy agresivo y recurrente–. Me pusieron un injerto de mi propio peroné, además de un implante de tallos de titanio. El equipo médico de traumatólogos consideró que era procedente llevar el tema a oncología, pues había que hacer algo más, ya que, aunque limpiasen, se reproducía una y otra vez el quiste…
Tras consultar a los mejores especialistas, se decidió tratar mi caso como si fuera cáncer –aunque era benigno–, de modo que pasé buena parte de 1989 a base de quimioterapia, alternando ingresos en el hospital (de 2-3 días) con estancias cortas en mi domicilio, con un total de ocho ciclos.
Ya por entonces se me aconsejó dejar la vida militar y pedir la Reserva, dado que no iba a poder ejercer mi vocación con tal cúmulo de hándicaps físicos. Independientemente de la frustración, cansancio físico y psicológico, y el propio malestar causado por la medicación, continué agarrado a la fe y perseveré con el rezo del Rosario, esperando que me escucharan “Arriba” y pudiera acabar mi particular calvario.
Finalmente (año 1993) se me dio el alta total tras sucesivas revisiones y consultas médicas con sus pertinentes pruebas. Desde esa fecha hasta hoy no ha vuelto a reproducirse el tumor, que quedó técnicamente “inerte”.
Así pues, en adelante pude empezar a llevar una vida más normal… Con el corsé, con muletas, con bastón y, un tiempo después… sin nada (solo natación para rehabilitarme). Hice nuevas amistades para salir, aunque no eran los amigos de mi primera juventud (que mantengo).
Habiendo leído hasta aquí cualquiera podría preguntar… “¿Y adónde fueron tus oraciones, tus peregrinaciones y tus Rosarios, que no te han salvado ni ahorrado ningún sufrimiento? Todo ha sido gracias a la medicina y por la ciencia…”
Entonces yo respondo: “¿Y cómo es posible perder los mejores años de la juventud entre hospitales y tremendos tratamientos, tener que dejar por obligación tu vocación militar, quedarte con un cuerpo limitado –discapacidad permanente del 33%–, ver como tus amigos se van casando y no salen contigo, haber pasado de ser “el sibarita” a un tullido de por vida y, sin embargo, tener una gran paz, querer ayudar a que los alejados encuentren la fe en Dios y desear promover el Rosario?” No es de lógica, sólo es entendible por la gracia de Dios, con la intercesión maternal de la Virgen. Humanamente es para estar amargado, rabioso y rebelarse, claro.
Es más, en ese período (1990-1995) me dediqué con toda mi ilusión y entusiasmo a diversas actividades de apostolado: dibujé un Cuadro de la Virgen (cuya imagen anexo), e hice imprimir estampas de diversa temática cristiana, que iba distribuyendo.
Por esa época conocí a un estupendo sacerdote Dominico, el padre Carlos Lledó López, ahora jubilado, que me acogió en la Cofradía del Rosario, integrándome como seglar en este Movimiento de la Orden de Predicadores, donde pude encauzar de forma organizada (y no por libre) mi impulso de divulgar y promover el Santo Rosario. Desde entonces, en diferentes cargos, pertenezco activamente a dicha Cofradía.
Un grupo de oración fallido … que María hizo derivar en algo mejor
En torno al año 1992 quise formar un Grupo de Oración para jóvenes, y lo publicité por diversos cauces… No parecía que fuera a cuajar, pues no llamaban…; no obstante, una tía mía lo comentó en su trabajo a una joven compañera y conseguí que empezara a venir. Rezábamos el Rosario los dos (casi siempre solos, salvo excepciones).
Lo que iba a ser un grupo juvenil de oración, pasó a ser un noviazgo marcadamente mariano, que consistió en una relación basada en la alegría de estar juntos y en la oración, rezábamos el Rosario cada tarde en la Parroquia de la Virgen Peregrina, y oíamos Misa a continuación. No sólo no mantuvimos relaciones prematrimoniales, sino que fue un noviazgo impecablemente casto, impensable e imposible sin la gracia de Dios.
Esa joven, de nombre Candelaria, es ahora mi mujer, y madre de nuestros cinco hijos (de 21 años el único varón, de 19 Rosario —nombre en honor a la Virgen, convenido antes de casarnos—, dos mellizas de 16 y la pequeña de 10).
Nuestros hijos recibieron los sacramentos de iniciación cristiana, han crecido viendo y viviendo nuestra devoción mariana, y rezamos con ellos desde pequeños. Cuando vamos de viaje todos hacemos la oración al inicio del trayecto para encomendarnos y, mi esposa y yo, solemos rezar juntos el Rosario durante el recorrido y, a veces, hacemos algún Misterio en familia.
Un Sagrado Corazón está entronizado en el salón de nuestra casa y hay imágenes religiosas por las habitaciones, como fotos de familia. En la nevera hay un imán que mandé hacer con la imagen de la Virgen de Fátima y un letrero: Rezamos el Rosario en familia.
Casi una tragedia
Un hecho reseñable nos sucedió a toda la familia en el verano de 2011 (íbamos de regreso a Madrid, a participar en la JMJ de ese año). Volviendo por la AP-7 sentido Málaga, a la altura de Marbella, me quedé dormido al volante del coche con los siete dentro, el vehículo acabó haciendo un trompo, y, en plena autopista, giró 180 grados, quedando pegado a los bloques de hormigón de la mediana, con el morro en sentido contrario en el carril rápido…, pero ninguno sufrimos lesiones. El coche quedó para reparar y, al quedar mirando del revés, se podía leer a unos 200 metros un cartel bien grande y blanco que ponía: Urbanización El Rosario. Para algunos será casualidad, para mí quedaba claro que la Virgen del Rosario nos protegió (como hace siempre) de males mayores. Lo vi como una señal evidente de la Providencia. Y siento que me interpela: “Reza el Rosario y hazlo rezar”.
Tras estos 25 años de amor y devoción a la Virgen, sigo rezando el Rosario con fervor cada día (aparte de frecuentar los sacramentos, como mi familia), y estoy convencido desde la fe, que ella está junto a quien la invoca derramando sus bendiciones. Nuestra Señora está en nuestro hogar, aunque muchas veces no nos comportemos como buenos hijos. Pero ella sigue intercediendo, porque una Madre nunca se cansa de esperar…, quiere acercarnos más a Jesús y vernos crecer en santidad, para que un día pueda llevarnos al Cielo. – Ignacio Román Méndez Sanz
Fuente: CariFilii