Ícono de la movida madrileña vuelve a Cristo: hoy reza el rosario y es adorador del Ssmo. Sacramento
El famoso cineasta Pedro Almodóvar, que se forjó artísticamente en la llamada “Movida madrileña”, lo dijo claro, respecto a los artistas y personajes surgidos de esa época: “Todos hemos mamado de Fabio”. Fabio, el próximo 5 de marzo, contará en una parroquia cómo encontró a Cristo.
Fabio, Pedro Almodóvar, Tino Casal…
Almodóvar se refería a Fabio de Miguel, más conocido por su nombre artístico, Fabio McNamara, uno de los iniciadores de la “Movida Madrileña” de los años 80.
Era uno de los candidatos más claros a esa muerte temprana que se llevó a tantos compañeros de generación, a tantos amigos suyos. Formó, junto con Pedro Almodóvar, el grupo punk-glam-paródico “Almodóvar & McNamara”. Vivió con el cantante Tino Casal, protagonizó escenas de transgresión, lució los mejores atuendos de la Movida, y con sus grandes excesos, entre ellos la adicción a la heroína, castigó la salud.
En ese tiempo Fabio de Miguel también despuntaba intelectualmente en el mundillo del pop-art madrileño de los pintores “Las Costus”, siempre inspirado por el glam neoyorquino de Warhol y los “New York Dolls”.
Fabio participó en la primera película de Pedro Almodóvar, “Pepi, Luci, Bom y Otras Chicas del Montón”. Participó también como actor, en 1982, en otra película de Pedro Almodóvar, “Laberinto de pasiones”.
Su influencia en ese ambiente fue tal, que el propio Almodóvar pudo decir años más tarde: “Todos hemos mamado de Fabio”.
De familia religiosa, Fabio McNamara abandonó la fe a los 18 años
Fabio nació en una familia católica. Su madre rezaba con sus hijos el Rosario todos los días, y cada domingo iban juntos a misa: “Mis padres son buenos católicos. Mi madre rezaba el rosario todos los días con nosotros”.
A los 14 años Fabio se hizo colega de unos jóvenes que le empezaron a influir para mal.
A los 18 años conoció el mundo de la calle, de la música, de los artistas: “A mí me gustaba mucho el arte, siempre he tenido esta vena artística. De joven comencé a pintar un poco. Me junté con otros artistas pintores y músicos y formé un grupo con el famoso Almodóvar”.
“Entré en el ambiente de la calle, me junté con toda esta gente bohemia, y en ese ambiente, es como si Dios no existiera. Poco a poco fui alejándome de Dios”, explica Fabio.
Estuvo más de veinte años sin ir a misa y sin confesarse. La conciencia no le remordía.
“Para mí el pecado era como una cosa antigua, que no me afectaba; la conciencia no me remordía. Yo quería divertirme y si una cosa me gustaba no me planteaba si era malo o bueno”.
“El demonio dirige los hilos, eres su marioneta”
Fabio considera hoy que durante ese tiempo el demonio dirigía su vida.
“En ese mundo el demonio está por todos lados, hay droga, hay sexo… Es él el que dirige los hilos. Tú te conviertes en una marioneta suya, ya no piensas por ti mismo, no tienes voluntad propia. Crees que eres libre porque haces lo que te apetece, pero haces lo que le apetece a Satanás. Te empuja a que vayas a discotecas, a que te drogues y hagas el mayor número de pecados para que tu alma sea cada vez más negra, para que sea cada vez más suya y menos de Dios. Hasta que llega un momento en que el dueño de tu alma es él, Satanás”.
Se encontraba muy lejos de Dios y cautivo de Satanás, pero el recuerdo de Dios venía a su memoria: “A veces me acordaba de Dios. Pensaba que estaba en el infierno, pero sabía que había un sitio, el Cielo, donde podría estar mejor”.
“Vivía alienado, bajo los efectos de un montón de sustancias. Y buscaba la felicidad donde no estaba: en la droga, en el sexo, en la fama…”
Fabio asegura con rotundidad: “Estuve, no perdido, sino perdidísimo, cuatro veces ingresado, dos veces a punto de morir a causa de tres enfermedades crónicas incurables. Soy un milagro viviente”.
Prisionero de su alejamiento de Dios, de sus excesos y trasgresiones, y enganchado fuertemente a las drogas, iba a la iglesia de Caballero de Gracia, en la Gran Vía madrileña, para comprar la droga: “Allí delante paraban los coches donde se compraba droga. Iba a comprarla, veía la iglesia, y a veces entraba un minuto para rezar y decirle al Señor: Por favor, sácame de este infierno”.
La oración de su madre, poderosa
Fabio McNacmara logra salir del infierno de las drogas por la oración de su madre: “Mi madre le decía al padre Molina: tengo un hijo que no tiene solución, está metidísimo en la droga. Y el padre le decía: usted rece por él, que ya caerá. Y caí. La oración todo lo puede”.
Él ya tenía conciencia del mal en el que vivía. “Yo pensé que tenía que salir como fuera, porque aquello iba a acabar muy mal. Si me moría, estaría condenado con Satanás. En el cielo, en cambio, estaría con Dios”.
La voz de Dios se hacía escuchar también en su conciencia.
“En aquella época, hubo muchos momentos ‘clave’. Dios estaba pendiente de mí. Me preguntaba: ‘¿Cuándo vas a cambiar?, ¿cuándo te vas a decidir?’”.
Poco a poco iba constantando que debajo del “glamour” había mucha falsedad. “Aquel era un mundo falso. Más que amigos, había intereses. Era difícil encontrar alguien que te quisiera por lo que eras. Cuando dejabas de ser joven y guapo te daban una patada”.
Él sintió, en su proceso de conversión, que cuando sus “amigos” le iban dejando abandonado era cuando Cristo y la Virgen mostraron que estaban ahí siempre, para él. “Lo que han hecho el Señor y la Virgen conmigo ha sido un milagro. Y doble: me han curado el cuerpo y, lo que es más fuerte, y más difícil, el alma”.
Desde su experiencia tres cosas lo llevaron a convertirse: el sufrimiento, el deseo de romper con el mal, y la oración.
Cristo es médico, maestro y amigo
En Cristo, Fabio McNamara encontró la felicidad: “Encontré la felicidad en Jesucristo. Él lo es todo: el médico que te sana, el maestro que te enseña, el amigo que nunca falla…”
¿Lo más importante ahora para él? “Rezar el Rosario. Hacer lectura espiritual y meditación. Adorar al Santísimo. Ir a misa. Comulgar”.
Para él lo más importante es tener a Cristo, por eso vivir en Gracia de Dios es su objetivo: “Si estás en Gracia de Dios, ya puede hundirse el mundo. Por eso, si peco, no pasan veinticuatro horas sin que me confiese”.
La vida para él tiene hoy un sentido muy diferente: estar en gracia de Dios. “Por estar en gracia de Dios hago lo que sea. Estar en gracia de Dios es saber para qué estamos aquí, que esta vida tiene un sentido. Es ser feliz, encontrar el amor puro y tener la seguridad de que no nos vamos a ir al infierno eternamente”.
Cuando le han preguntado si echa de menos la vida de antes, Fabio ha contestado categóricamente: “Lo de sexo, drogas y Rock and Roll que se lo cuenten a Pepita. Buscar a Dios, conocerle, amarle… es lo único que importa; lo demás, una pérdida de tiempo”.
Preguntado por si no siente vergüenza al hablar de Dios Fabio ha respondido: “¿Pero cómo me va a dar vergüenza, si ha dado su vida por mí! Es como cuando quieres mucho a una persona: que sólo piensas en ella, sólo hablas de ella. Ya sólo quiero pensar en Él, hablar de Él”.
Tras su encuentro con la Misericordia de Cristo, asegura que hay esperanza: “Está escrito que Satanás va a ser vencido, que la Virgen María le va a aplastar, y que el triunfo es de Jesucristo”.
Reza y se confiesa en el Caballero de Gracia
Fabio McNamara es un habitual del popular oratorio de Caballero de Gracia, en la Gran Vía madrileña, donde el Padre Máximo es su confesor.
Antes de participar en la Misa hace una hora diaria de adoración al Santísimo, y reza el rosario. Tras su adoración, oye misa y comulga.
Para Fabio, este oratorio donde acude a rezar, y que tanto le ha ayudado en su proceso de conversión, es un trocito de Cielo aquí en la tierra: “Es como un trozo de cielo en la ciudad, la gente no sabe lo que se pierde, hay cinco misas diarias, siempre hay confesores, el Santísimo está expuesto todos los días, y hay unos buenísimos sacerdotes”.
Pese a la enfermedad, alegría
Su salud está muy tocada: “Yo soy un milagro viviente. Tengo dos enfermedades incurables, y además tengo 56 años, no soy un niño. Tengo hepatitis C, con una fibrosis que es la más fuerte que hay. Y tengo VIH desde hace ya veinticinco años”.
Pero la Misericordia de Cristo le ha devuelto la felicidad: “Hoy puedo decir que soy un hombre feliz. ¡Cómo no voy a serlo, si ahora voy a comulgar…! ¿Qué más quiero…?”
“Yo sigo divinamente porque digo: ‘Mi medicina es la santa Comunión. El día que yo comulgo, tomo mi medicina, que es Jesucristo, y no hay medicina mejor’”.
Fuente: ReL