Novena del Rosario de 54 días: así trajo paz a una madre que no quería rezarla
No pude menos que quejarme. Me encontraba a mí misma en una nueva conversación con una bienintencionada mujer de la parroquia que me contaba todos los frutos de su activísima vida de oración. Por fortuna, me había convertido en una maestra en el arte de disimular mis quejas interiores.
“Deberías rezar la novena del Rosario de 54 días por esa intención”, insistía: “¡La Madre de Dios nunca decepciona!”.
Miré hacia abajo a mi hijo de tres años metiéndose en la boca algo del suelo y a mi bebé intentando besar (¿o debería decir morder?) a alguna víctima incauta. Mi hijo de ocho años estaba chillando mientras mi hija de seis hacía ostentación de su más preciada posesión del día poniéndola fuera de su alcance.
“Sí, sí, tendré que intentar eso”, murmuré: “Muchísimas gracias”. Reuní a mis pequeños y los metí al auto.
“Una novena del Rosario de 54 días”, pensé mientras arrancaba y un zapato pasaba silbando sobre mi cabeza: “Por supueeesto… ¡Empiezo en seguida!”.
Ecos de devoción provenientes de Pompeya
Era la cuarta vez en el mes pasado que oía hablar de la misma novena del Rosario. Consiste en rezar el Rosario todos los días durante 27 días para pedir, y luego 27 días para agradecer. Denominada a menudo Novena Milagrosa de los 54 Días, la devoción comenzó cuando Nuestra Señora se apareció a Fortuna Agrelli en Pompeya (Italia) en 1884.
La curación milagrosa de Fortuna Agrelli tuvo lugar en Pompeya durante la construcción del Santuario de Nuestra Señora del Rosario, impulsada por el Beato Bartolo Longo.
Fortuna era la hija menor de un militar, estaba gravemente enferma y desahuciada. Totalmente desesperada, su familia empezó a rezar el Rosario. Nuestra Señora se apareció entonces a Fortuna y le dijo: “Quien desee obtener de mí un favor debe hacer tres novenas del Rosario con la petición y tres novenas de acción de gracias”. Milagrosamente, Fortuna recuperó una salud perfecta.
Yo conocía la novena, porque había rezado algunas en el instituto, pero ahora me parecía algo poco realista y una tarea inabordable. Realmente absurdo. “Sí, claro”, pensé: “Trabajo a tiempo completo, además soy ama de casa, y por si fuera poco tengo que mantener vivos a mis cuatro hijos todos los días. Jamás podría hacerlo”.
Derrotando las propias objeciones y abriendo camino a la Providencia
Pero la verdad es que yo sabía que lo necesitaba. Además de mi caos diario, me estaba hundiendo en las dificultades de la vida. A principios de aquella semana le habían dicho a mi marido que su departamento en la empresa iba a ser eliminado. El ascenso que esperaba yo en mi trabajo no había llegado. Y, para mi total espanto, a pesar de los recortes que habíamos hecho, iba viendo crecer la deuda de nuestra tarjeta de crédito. Mi anciana abuela estaba ingresada en un hogar para mayores y tan sola que cada dos por tres llamaba a mi hermana. El terco de mi hermano no me devolvía las llamadas desde hacía semanas, y mi hija mostraba signos de ansiedad extrema.
Sabía que necesitaba comprometerme de nuevo en una vida de oración. Y lo que es más, sabía que todos a mi alrededor necesitaban que yo recomenzase mi vida de oración.
Como con todos los anteriores desafíos en mi vida, sabía que la paz y la solución sólo podían venir de la intervención divina. Y así fue como comencé a afrontar la novena de Rosario de 54 días. ¡Yo, que no había tenido una vida de oración ordenada desde que tuve a mi primer hijo!
Como no era realista encontrar veinte minutos seguidos todos los días, metí “pedazos” de Rosario en cualquier rendija de tiempo libre que pude encontrar. Rezaba un misterio mientras hacía el café y empaquetaba los almuerzos de cada uno. Decía otro mientras esperaba a mis colegas de oficina para una reunión. Otro más a la puerta del colegio y otro mientras lavaba los platos.
Para aquellas tareas que exigían dos manos —es decir, la mayoría de lo que hacen las madres— ponía el Rosario en Youtube, recitando cada misterio con las Hermanas Pobres de Santa Clara o con un sacerdote irlandés que tenía una voz muy agradable.
A medida que pasaban los días, era cada vez más fácil. Ya no era tanto encontrar tiempo para el Rosario, sino que el Rosario encontraba tiempo para mí. Y lentamente, sin darme cuenta, me soprendí a mí misma terminando el Rosario al comenzar el día y encontrando otras oraciones para mis tareas mundanas.
Con el correr del tiempo, vi que los beneficios de rezar el Rosario compensaban sobradamente el pequeño sacrificio de mi tiempo. La oración no se limitaba a ofrecerme una salida para la ansiedad que me causaban mis intenciones particulares. También me centraba. Aumentó mi paciencia con mis hijos. Me hizo más productiva en el trabajo y más caritativa con el prójimo.
Lo cierto es que todavía estoy rezando por las mismas intenciones. Ninguno de los problemas por los que empecé la novena se han solucionado… aún. Pero me trajo bendiciones que ni siquiera había pedido. Así que creo que a partir de ahora me aguantaré las ganas de quejarme y tendré que reconocer que, esta vez, las señoras de la parroquia tenían razón: María nunca decepciona.
Fuente: ReL