La Maravillosa Historia de Nuestra Señora de las Lajas, Colombia
La historia de la Virgen de las Lajas se remonta a mediados del siglo XVIII. Sus protagonistas son María Mueses de Quiñones, y su pequeña hija Rosa, sordomuda de nacimiento. El lugar de los hechos se sitúa en los andes ecuatoriales a 2.600 metros de altitud, a media cuesta de una profunda quebrada sobre el río Guáitara, en el municipio de Ipiales, en el extremo sur de la actual Colombia, a diez kilómetros de la frontera con Ecuador.
Cierto día del año 1754 María dejó la villa de Ipiales donde trabajaba, con la intención de visitar a sus parientes en Potosí, a unas leguas de distancia. Al descender por la ladera del cerro Pastarán para cruzar el puente sobre el río Guáitara, se desató una terrible tempestad. A fin de resguardarse, corrió hacia la gran cueva natural que había a media cuesta, esperando que la lluvia pasara.
Temerosa por el torrencial aguacero, “se angustió, lloró e invocó el auxilio de la Santísima Virgen del Rosario”, cuya devoción había aprendido de los padres domínicos.
De pronto, siente que alguien le toca en la espalda. Asustada, la mujer emprende una veloz carrera, cruza el puente y llega a Potosí.
¡Mamita, la mestiza me llama!
Días después, María emprende otro viaje a Ipiales. Esta vez lo hace con Rosa, su pequeña hija de cinco años, sordomuda de nacimiento, a quien lleva en la espalda según la costumbre andina. Al llegar a la cueva del Pastarán, se detiene para descansar. La niña entonces se desliza suavemente de la madre y empieza a trepar por las lajas. De pronto María escucha que su hija le habla: “Mamita, vea a esta mestiza que se ha despeñado con un mesticito en los brazos y dos mestizos a los lados”. Desconcertada, toma a la niña y huye del lugar.
Al llegar a casa de la familia Torresano, sus antiguos patrones, cuenta lo ocurrido, pero no hay quien le crea. Resueltos los trámites que la llevaron a Ipiales, María vuelve a su pueblo. Pero a medida que se aproxima a la famosa cueva, los temores le comienzan a asaltar nuevamente. Llega a la entrada y la niña vuelve a hablar: “¡Mamita, la mestiza me llama!” Nueva impresión, nueva carrera, nueva incógnita…
Tan pronto como llegó a Potosí, contó lo ocurrido. La noticia corrió de boca en boca, todos querían conocer directamente los pormenores del hecho. Mientras tanto, en medio del alboroto, Rosita desapareció. Apenas se dieron cuenta de la ausencia de la niña, la buscaron por todas partes. ¿Adónde habría ido Rosa?: la niña había acudido ciertamente al llamado de “la mestiza”. Hacia allá se trasladó María en busca de su hija y allí se encontró con un maravilloso espectáculo: “Al llegar a la cueva vio sin sorpresa a su hija arrodillada a los pies de la Mestiza, jugando cariñosa y familiarmente con el rubio Mesticito” que se había desprendido de los brazos de su Madre.
La visión había sido tan extraordinaria que María dudó de contarla a los demás. Pero este favor de la Virgen de las Lajas hubiera permanecido ignorado si un nuevo e impresionante suceso no lo hubiera hecho público.
Resurrección de la niña
Un tiempo después, Rosa cayó gravemente enferma y murió. La desconsolada madre, llevó el cuerpecito sin vida de su hija a los pies de la Señora del Pastarán, y pidió que le restituyera la vida. Ante los ruegos insistentes y las copiosas lágrimas, la Virgen obtuvo la resurrección de la pequeña Rosa.
Exultante de alegría y agradecimiento, María se dirigió a Ipiales a golpear la puerta de la familia Torresano a quienes relató el nuevo prodigio. El testimonio es impresionante, la prueba es contundente. Las campanas de la iglesia se echan al vuelo y la noticia se esparce por el pueblo: “¡La Virgen del Rosario se ha aparecido en las peñas del Pastarán!”.
Colosal santuario sobre el aire
La noticia del prodigio en la quebrada del Guáitara se difundió por todos los pueblos a la redonda con inusitada rapidez. A la primitiva ermita de madera y paja, pronto le sucedió en 1794 una capilla de cal y ladrillo. A mediados del siglo XIX se levantó un primer santuario que con el tiempo quedaría también pequeño para cobijar la gran afluencia de fieles especialmente en los días de fiesta.
En 1949 se termina, después de 33 años de trabajos, la actual iglesia.
Por una gracia del Papa Pío XII, Nuestra Señora de las Lajas fue coronada canónicamente el 15 de setiembre de 1952, en una imponente celebración a la que asistieron casi todos los obispos de Colombia. En 1954, la Santa Sede concedió al santuario el título de Basílica Menor.
Hoy, transcurridos dos siglos y medio del descubrimiento de la imagen de la Virgen de las Lajas, hay un milagro constante, un milagro palpable, un milagro indiscutible…
Fuente: www.fatima.pe