Ave Marías para alcanzar la maternidad y convertir a un rey soberbio
Fue Santo Domingo a visitar a Blanca de Castilla, reina de Francia, que después de doce años de casada no tenía hijos, y estaba afligida sobremanera por ello. Le aconsejó el Santo que rezara el rosario todos los días para alcanzar del cielo la gracia de tener descendencia. Ella lo hizo, y su petición fue escuchada en el año 1213, en que nació su primogénito, a quien llamó Felipe. Pero, antes de que el niño abandonara la cuna, la muerte lo arrebató. La piadosa reina acudió más que nunca a la Santísima Virgen. Hizo distribuir cantidad de rosarios en la corte y en varias ciudades del reino para que Dios le concediera una bendición completa. Lo que sucedió, ya que en el año 1215 vino al mundo San Luis, gloria de Francia y modelo de reyes cristianos.
Alfonso VIII, rey de Aragón y Castilla, fue castigado por Dios de diferentes maneras a causa de sus pecados, viéndose obligado a retirarse a una ciudad de uno de sus aliados. El día de Navidad predicó allí Santo Domingo, según su costumbre, sobre el santo rosario y las gracias que se obtienen de Dios por esta devoción. Dijo, entre otras cosas, que cuantos lo rezan alcanzan de Dios el triunfo sobre sus enemigos y recobran lo perdido. Impactado por estas palabras, hizo el rey llamar a Santo Domingo y le preguntó si era verdad cuanto había dicho acerca del santo rosario. Le respondió el Santo que no debía abrigar duda alguna, y le prometió que, si quería practicar esta devoción e inscribirse en la Cofradía, experimentaría sus saludables efectos.
Decidió el rey recitar todos los días el rosario. Práctica en la que perseveró durante un año. Terminado el cual, el mismo día de Navidad, después de recitar él su rosario, se le apareció la Virgen Santísima y le dijo: “Alfonso, hace un año que me honras recitando devotamente mi rosario. ¡Quiero recompensarte! He alcanzado de mi Hijo el perdón de tus pecados. Aquí tienes este rosario. ¡Te la regalo! ¡Llévala siempre contigo, y ninguno de tus enemigos podrá hacerte daño!” Y desapareció. El rey quedó muy consolado. Regresó a su casa, llevando en sus manos el rosario. Encontró a la reina, y le contó, lleno de gozo, el favor que acababa de recibir de la Santísima Virgen. Le tocó los ojos con el rosario, y la reina recobró la vista que había perdido.
Algún tiempo después reunió el rey algunas tropas y, con la ayuda de sus aliados, atacó resueltamente a sus enemigos. Les obligó a devolverle sus tierras y reparar los daños inferidos. Los arrojó totalmente de sus dominios, y fue tan afortunado en la guerra, que de todas partes venían soldados a combatir bajo sus banderas, porque las victorias parecían acompañar por todas partes sus batallas. No hay por qué maravillarse de ello, pues no entraba nunca en batalla sin haber rezado antes su rosario de rodillas. Había hecho inscribir en la Cofradía del Santo Rosario a toda su corte y exhortaba a sus oficiales y familiares a ser devotos del mismo. La reina se comprometió también a ello. Y los dos perseveraron en el servicio de la Santísima Virgen, viviendo piadosamente.
Fuente: EL SECRETO ADMIRABLE DEL SANTÍSIMO ROSARIO de San Luis María Grignion de Montfort.