Meditaciones de San Juan XXIII para los Misterios Gloriosos del Rosario

El gozo de la Resurrección de Cristo ilumina el período pascual en la Iglesia. Tal como antes les compartimos las meditaciones de San Juan XXIII a los misterios dolorosos, ahora hacemos lo propio con las meditaciones enfocadas en las Glorias de Cristo y de María. Que los misterios gloriosos del Santo Rosario nos lleven con nuestras familias a la santidad:

• Primer Misterio: La Resurrección del Señor

Contemplación

Misterio de la muerte aceptada y vencida. La resurrección es el mayor triunfo de Cristo, y al mismo tiempo da la seguridad del triunfo de la Santa Iglesia Católica, a pesar de las adversidades, a pesar las persecuciones; ayer, en el pasado, mañana, en el porvenir. Es provechoso recordar que la primera aparición de Jesucristo fue a las santas mujeres, que le fueron familiares en su vida humilde, y estuvieron muy junto a Él en sus padecimientos hasta el mismo Calvario.

Reflexión

A la luz del misterio nuestra fe contempla vivas, unidas ya para siempre a Cristo resucitado, las almas que nos fueron más queridas, de cuya familiaridad gozamos, cuyas penas compartimos. ¡Cómo se aviva en el corazón, al calor del misterio de la resurrección, el recuerdo de nuestros muertos! Recordados y favorecidos con el sufragio del sacrificio del Señor crucificado y resucitado, toman parte ahora en lo mejor de nuestra vida, en la oración y en Jesucristo.

Intención

Por algo la liturgia oriental termina los ritos fúnebres con el aleluya por todos los muertos. Pidamos para ellos la luz de las moradas eternas, mientras el pensamiento se detiene en la resurrección que aguarda a nuestros propios restos mortales: “Espero en la resurrección de los muertos”. Ciertamente es un cielo anticipado el saber esperar y confiar siempre en la suavísima promesa, de la que es prenda la resurreción de Cristo.


• Segundo Misterio: La Ascensión del Señor

Contemplación

En el presente misterio contemplamos la culminación, el cumplimiento definitivo de las promesas de Jesucristo. Es la respuesta que Él da anuestro anhelo del paraíso. Su retorno definitivo al Padre, del que un día bajó al mundo para vivir entre nosotros, es seguridad para todos los hombres, a quienes Él ha prometido y preparado un puesto allá arriba. “Voy a prepararos el lugar”.

Reflexión

Este momento del Rosario nos enseña y exhorta a que no nos dejemos aprisionar en lo que pesa y entorpece, abandonándonos, en cambio, a la voluntad del Señor, que nos estimula hacia lo alto. En el momento de volver al Padre, subiendo al cielo, los brazos del Señor se abren bendiciendo a los primeros apóstoles, y alcanza a todos los que, siguiendo sus huellas, siguen creyendo en Él, y es para sus almas una plácida y serena seguridad del encuentro definitivo con Él y todos los salvados en la felicidad eterna.

Intención

Ante todo, el misterio se nos presenta como luz y norma para las almas que se preocupan de su propia vocación. En lo íntimo del misterio se halla el movimiento de vida espiritual, el deseo ardiente de superación continua, que arde en el corazón de los sacerdotes no apegados a las cosas de la tierra, cuidadosos únicamente de abrir para sí mismos y para los demás, los caminos que llevan a la perfección y santidad, al grado de gracia a que deben llegar en privado o en común: sacerdotes, religiosos y religiosas, misioneros y misioneras, seglares amantes de Dios y de su Iglesia, y muchas almas, aquellas al menos que son como “el buen olor de Cristo”, junto a las cuales se siente cercano al Señor. Viven, en efecto, ya ahora, en una comunión constante de vida celestial.


• Tercer Misterio: Pentecostés

Contemplación

En la última cena recibieron los apóstoles la promesa del Espíritu Santo. En el cenáculo, ausente Cristo, pero presente María, lo reciben como don supremo de Cristo. ¿Qué otra cosa es sino su Espíritu? Es, además, el que consuela y vivifica las almas. El Espíritu Santo continúa su acción sobre y en la Iglesia en todo tiempo. Los siglos y los pueblos pertenecen al Espíritu, pertenecen a la Iglesia. Los triunfos de la Iglesia no son siempre visibles exteriormente. Pero de hecho los hay siempre, y siempre están llenos de sorpresas, a menudo de maravillas.

Reflexión

La virtud divina que infunde el Espíritu Santo en el alma de los hombres es gran apoyo de la esperanza, fuerza poderosa, única ayuda verdadera para la vida humana. Nos referimos a la gracia que nos santifica, y que en realidad es precedida y seguida de gracias efectivas. Ciertamente lo que importa es el que el espíritu de los hombres se renueve en su interior, naciendo a nueva vida.

Intención

María, la Madre de Jesús, y siempre dulce Madre nuestra, se hallaba con los apóstoles en el cenáculo de Pentecostés. Permanezcamos muy cerca de Ella por medio del Rosario. Nuestras oraciones unidas a las suyas renovarán el antiguo prodigio. Será como el nacimiento de un nuevo día, un alba esplendorosa en la Iglesia católica, santa y aún más santa, católica y aún más católica, en los tiempos modernos.


• Cuarto Misterio: La Asunción de María a los cielos

Contemplación

La figura soberana de María se ilumina y transfigura en la suprema exaltación a que puede llegar una criatura. Qué cuadro de gracia, de dulzura, de solemnidad en la dormición de María, cual la contemplan los cristianos de Oriente. Tranquila en el plácido sueño de la muerte, Jesús está a su lado, y mantiene junto a su corazón el alma de María, como si fuera un niño, como indicando el inmediato prodigio de su resurrección y glorificación.

Los cristianos de Occidente prefieren, con los ojos y con el corazón, seguir a María que sube al cielo en alma y cuerpo. Así la han visto y representado los artistas más célebres en su incomparable belleza. ¡Oh, sigámosla también así! Dejémonos arrastrar por el coro de ángeles.

Reflexión

Para las almas privilegiadas —y todos podemos serlo, a condición de ser fieles a la gracia— es motivo de consuelo y confianza, en los días de dolor, saber que Dios prepara en el silencio el triunfo más bello, el triunfo del altar.

Intención

El misterio de la Asunción nos hace familiar el pensamiento de la muerte, de nuestra muerte, y es una invitación al abandono confiado. Nos familiariza y hace amigos de la idea de que el Señor estará presente en nuestra agonía, como querríamos que estuviese, para que Él mismo tome en sus manos nuestra alma inmortal.

¡Virgen Inmaculada: que podamos compartir contigo la gloria celestial!


• Quinto Misterio: La Coronación de María en los cielos

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Coronación de la Virgen (Giulio Romano, 1525)

Contemplación

El Rosario, que de este modo se cierra en la alegría y en la gloria, es la síntesis de todo.

El gran destino que el ángel le descubrió a María, en la Anunciación, como una cadena de fuego y de luz, ha pasado uno a uno a través de todos los misterios. El pensamiento de Dios sobre nuestra salvación, que se ha hecho patente en tantos cuadros, nos ha acompañado hasta aquí y nos lleva ahora a Dios en el esplendor del cielo.

La gloria de María, Madre de Jesús y Madre nuestra, toma su fulgor de la luz inaccesible de la Trinidad augusta. Vivos reflejos de ella caen sobre la Iglesia, que triunfa en los cielos, que padece en la confiada espera del purgatorio, que lucha en la tierra.

Reflexión

La reflexión ha de recaer sobre nosotros mismos; sobre nuestra vocación por la que un día seremos asociados a los ángeles y a los santos y cuyas gracias santificantes anticipan ya desde esta vida la realidad misteriosa y consoladora. ¡Oh qué delicia, oh qué gloria! Somos “conciudadanos de los santos y de la familia de Dios; edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús”.

Intención

La intención de este misterio es orar por la perseverancia final y por la paz sobre la tierra, que abre las puertas de la eternidad bienaventurada.

Oh María, tú ruegas con nosotros: lo sabemos, lo sentimos. Qué realidad más deliciosa, qué gloria más soberana, en esta concordia celestial y humana de afectos, de palabras, de vida, que nos ha procurado y procura el Rosario: mitigación del dolor, prueba sabrosa de paz celestial, esperanza de vida eterna.


Fuente: Dominicos.org